III
Juegos del anochecer
cuando, en el crepúsculo del pueblo, Platero y yo entramos, ateridos, por la oscuridad morada de
la calleja miserable que da al río seco, los niños pobres juegan a asustarse, fingiéndose mendigos.
Uno se echa un saco a la cabeza, otro dice que no ve, otro se hace el cojo...
Después, en ese brusco cambiar de la infancia, como llevan unos zapatos y un vestido, y como sus
madres, ellas sabrán cómo, les ha dado algo de comer, se creen unos principes:
-Mi pare tie un reló e plata.
-Y er mio, un cabayo.
-Y er mio, una ejcopeta.
Reloj que levantara a la madrugada, escopeta que no matará el hambre, caballo que llevara a la
miseria... El corro, luego. Entre tanta negrura, una niña forastera, que habla de otro modo, la sobrina
del Pájaro Verde, con voz débil, hilo de cristal acuoso en la sombra, canta entonadamente, cual una
princesa:
Yo soy laaa viudita
del Condeee de Oréé...
...¡Sí, sí! ¡Cantad, soñad, niños pobres! Pronto, al amanecer vuestra adolescencia, la primavera os
asustara, como un mendigo, enmascarada de invierno.
Vamos, Platero...
La viudita del Conde Laurel
VI
La miga
Si tú vinieras, Platero, con los demás niños, a la miga, aprenderías el a, b, c, y escribirías palotes.
Sabrías tanto como el burro de las figuras de cera -el amigo de la Sirenita del Mar, que aparece
coronado de flores de trapo, por el cristal que muestra a ella, rosa toda, carne y oro, en su verde
elemento-; más que el médico y el cura de Palos, Platero.
Pero, aunque no tienes más que cuatro años, ¡eres tan grandote y tan poco fino! ¿en qué sillita te
ibas a sentar tú, en qué mesa ibas a escribir tú, que cartilla ni que pluma te bastarían, en que lugar del
corro ibas a cantar, di, el Credo?
No. Doña Domitila -de hábito de Padre Jesús Nazareno, morado todo con el cordón amarillo,
igual que Reyes, el besuguero- te tendría, a lo mejor, dos horas de rodillas en un rincón del patio de
los plátanos, o te daría con su larga caña seca en las manos, o se comería la carne de membrillo de tu
merienda, o te pondría un papel ardiendo bajo el rabo y tan coloradas y tan calientes las orejas como
se le ponen al hijo del aperador cuando va a llover...
No, Platero, no. Vente tú conmigo. Yo te enseñare las flores y las estrellas. Y no se reirán de ti
como de un niño torpón, ni te pondrán, cual si fueras lo que ellos llaman un burro, el gorro de los
ojos grandes ribeteados de añil y almagra, como los de las barcas del río, con dos orejas dobles que
las tuyas.
Credo misa campesina - Nicaragua
XXV
La primavera
¡Ay, qué relumbres y olores!
¡Ay, cómo ríen los prados!
¡Ay, que alboradas se oyen!
Romance popular
En mi duermevela matinal, me malhumora una endiablada chillería de chiquillos. Por fin, sin
poder dormir más, me echo, desesperado, de la cama. Entonces, al mirar el campo por la ventana
abierta, me doy cuenta de que los que alborotan son los pájaros.
Salgo al huerto y canto gracias al Dios del día azul. ¡Libre concierto de picos, fresco y sin fin! La
golondrina riza, caprichosa, su gorjeo en el pozo; silba el mirlo sobre la naranja caída; de fuego, la
oropéndola charla, de chaparro en chaparro; el chamariz ríe larga y menudamente en la cima del
eucalipto, y, en el pino grande, los gorriones discuten desaforadamente.
¡Como está la mañana! El sol pone en la tierra su alegría de plata y de oro; mariposas de cien
colores juegan por todas partes, entre las flores, por la casa -ya dentro, ya fuera-, en el manantial. Por
doquiera, el campo se abre en estadillos, en crujidos, en un hervidero de vida sana y nueva.
Parece que estuviéramos dentro de un gran panal de luz, que fuese el interior de una inmensa y
cálida rosa encendida.
XLIV
La arrulladora
La chiquilla del carbonero, bonita y sucia cual una moneda, bruñidos los negros ojos y reventando
sangre los labios prietos entre la tizne, está a la puerta de la choza, sentada en una teja, durmiendo al
hermanito.
Vibra la hora de mayo, ardiente y clara como un sol por dentro. En la paz brillante se oye el
hervor de la olla que cuece en el campo, la brama de la dehesa de los caballos, la alegría del viento de
mar en la maraña de los eucaliptos.
Sentida y dulce, la carbonera canta:
Mi niiiño se va a dormiii
en graaasia de la Pajtoraaa...
Pausa. El viento en las copas...
...y pooor dormirse mi niñooo,
se duermeee la arruyadoraaa...
El viento... Platero, que anda, manso, entre los pinos quemados, se llega, poco a poco...Luego se
echa en la tierra fosca y, a la larga copla de madre, se adormila, igual que un niño.
La suite Patero y yo Op. 190 para narrador y guitarra de Mario Castelnuovo Tedesco, compuesta en 1960, consta de los números: Platero, La luna, Ronsard, La flor del camino, Gorriones, Ángelus, Asnografía, El pozo, Gitanos, La primavera, La muerte, Melancolía.
XLVII
El rocío
Platero -le dije-, vamos a esperar las Carretas. Traen el rumor del lejano bosque de Doñana, el
misterio del pinar de las Animas, la frescura de las Madres y de los dos Fresnos, el olor de la
Rocina...
Me lo lleve, guapo y lujoso, a que piropeara a las muchachas por la calle de la Fuente, en cuyos
bajos aleros de cal se moría, en una vaga cinta rosa, el vacilante sol de la tarde. Luego nos pusimos
en el vallado de los Hornos, desde donde se ve todo el camino de los Llanos.
Pasaron, primero, en burros, mulas y caballos ataviados a la moruna y la crin trenzada, las alegres
parejas de novios, ellos alegres, valientes ellas. El rico y vivo tropel iba, volvía, se alcanzaba
incesantemente en una locura sin sentido. Seguía luego el carro de los borrachos, estrepitoso, agrio y
trastornado. Detrás, las carretas, con lechos, colgadas de blanco, con las muchachas morenas, duras y
floridas, sentadas bajo el dosel, repicando panderetas y chillando sevillanas. Más caballos, más
burros... Y el mayordomo -«¡Viva la Virgen del Rocíoooo! ¡Vivaaaa!»- calvo, seco y rojo, el
sombrero ancho a la espalda y la vara de oro descansada en el estribo. Al fin, mansamente tirado por
dos grandes bueyes píos, que parecían obispos con sus frontales de colorines y espejos, en los que
chispeaba el trastorno del sol mojado, cabeceando con la desigual tirada de la yunta, el Sin Pecado,
amatista y de plata en su carro blanco, todo en flor, como un cargado jardín mustio.
Se oía ya la música, ahogada entre el campaneo y los cohetes negros y el duro herir de los cascos
herrados en las piedras...
Platero, entonces, doblo sus manos, y, como una mujer, se arrodilló -¡una habilidad suya!-,
blando, humilde y consentido.
CXIII
El burro viejo
...En fin, anda tan cansado que a
cada passo se pierde...
(El potro rucio del Alcayde de los Vélez).
Romancero general.
No sé como irme de aquí, Platero. ¿Quién lo deja ahí al pobre, sin guía y sin amparo?
Ha debido de salirse del moridero. Yo creo que no nos oye ni nos ve. Ya lo viste esta mañana en ese mismo vallado, bajo las nubes blancas, alumbrada su seca miseria mohina, que llenaban de islas vivas las moscas, por el sol radiante, ajeno a la belleza prodigiosa del día de invierno. Daba una lenta vuelta, como sin oriente, cojo de todas las patas, y se volvía otra vez al mismo sitio. No ha hecho más que mudar de lado. Esta mañana miraba al Poniente y ahora mira al Naciente.
¡Qué traba la de la vejez, Platero! Ahí tienes a ese pobre amigo, libre y sin irse, aun viniendo ya hacia él la primavera. ¿O es que está muerto, como Bécquer, y sigue en pie, sin embargo? Un niño podría dibujar su contorno fijo, sobre el cielo del anochecer.
Ya lo ves... Lo he querido empujar y no arranca... Ni atiende a las llamadas... Parece que la agonía lo ha sembrado en el suelo...
Platero, se va a morir de frío en ese vallado alto, esta noche, pasado por el Norte... No sé cómo irme de aquí; no sé qué hacer. Platero...
En 1964 Eduardo Sainz de la Maza (5 de enero de 1903,
Burgos - 5 de diciembre de 1982, Barcelona) compuso la
suite para guitarra "Platero y yo" que contiene los números
«Platero» - «El loco» - «La azotea» - «Darbón» - «Paseo»
- «La tortuga» - «La muerte» y «Platero en su tierra»
correspondientes a los capítulos de igual nombre I - VII -
XXI - XLI - LVII - LXXXVII - CXXXII y CXXXVIII.
I PLATERO
LVII PASEO
LXXXVII LA TORTUGA (en el libro La tortuga griega)
CXXXVIII y último A PLATERO EN SU TIERRA
Poco antes, en 1960, Mario Castelnuovo Tedesco (3 de
abril de 1895, Florencia, Italia - 16 de marzo de 1968, Beverly
Hills, California, Estados Unidos) había compuesto para
Andres Segovia (21 de febrero de 1893, Linares, Jaén- 2 de
junio de 1987, Madrid) su obra con el mismo título, Platero y
yo y formada por 28 piezas
- Platero - Ángelus - Retorno - La primavera - El pozo - Gorriones - Melancolía - Amistad - La luna - Juegos del anochecer - Ronsard - El loco - La tísica - Nostalgia - Mariposas blancas - Idilio de Abril - El canario vuela - La arrulladora - El canario se muere - Idilio de noviembre - La muerte - Convalecencia - Golondrinas - La flor del Camino - Domingo - Los gitanos - Carnaval - Platero en el cielo de Moguer.
Algunas de ellas están en los siguientes videos. También
es corriente que se realicen con narrador, en realidad, así
fueron creadas por sus autores.
Lynn McGrath PLATERO
Roberto Masala MELANCOLÍA
Juan Ramón Jiménez
JUAN RAMÓN JIMÉNEZ (Moguer, Huelva, 23 de diciembre de 1881 - San Juan, Puerto Rico, 29 de mayo de 1958) es considerado uno de los grandes autores españoles del siglo XX y uno de los mejores poetas contemporáneos en lengua castellana, siendo ganador del Premio Nobel de Literatura en 1965.
Nacido en una familia de clase media, Juan Ramón Jiménez cursó estudios de arte en el Puerto de Santa María. En 1896 se estableció en Sevilla para, por una parte, iniciarse en el mundo de la pintura y también para estudiar Derecho, aunque dejó atrás la facultad en 1899.
En Sevilla comenzó a colaborar con diarios y revistas, actividad literaria que mantuvo en Madrid donde publicó por primera vez Ninfas y Almas de violeta. Debido a motivos familiares, cayo en una honda depresión de la que comenzó a recuperarse en 1901, con la publicación de Arias tristes.
En 1905 muere su padre, momento que marcó gran parte de su obra posterior, y Jiménez decidió volver a Moguer, donde escribió la mayor parte de su obra: más de quince libros en verso y dos alternando prosa, entre los que habría que destacar Baladas de Primavera, Libros de amor o Melancolía.
De vuelta a Madrid y tras casarse con Zenobia Camprubí, Jiménez viaja por España, Europa y Estados Unidos, asentándose como un renovador de la poesía española y siendo una de las voces clave para la formación de la llamada Generación del 27. Entre 1925 y 1935 aparecen sus Cuadernos, donde recoge la parte más importante de su obra.
De entre su obra en prosa lírica habría que destacar Platero y yo, historia de infancia que logró convertirse en uno de los clásicos de la literatura universal por derecho propio.
La Guerra Civil le llevó al exilio en Estados Unidos donde permaneció hasta que en 1950 comenzó a dar clases en la Universidad de Puerto Rico. Allí desarrolló el final de su Etapa Suficiente y revisó de nuevo casi toda su producción, hasta su muerte en 1958.
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Platero y yo
Juan Ramón Jiménez, 1917
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