En "La espuma" se describen las formas y maneras en que viven las clases sociales más altas del Madrid de finales del siglo XIX. El título es una metáfora de esa sociedad.
«...–¿No es verdad que ha estado muy bien Gayarre? –dijo Clementina. –¡Admirable! como siempre –respondió su cuñada. –Yo le encuentro falto de maneras –expresó el general. –¡Oh, no, general! Permítame usted... Y se empeñó una discusión sobre si el famoso tenor poseía o no poseía el arte escénico, si era o no elegante en su vestir. Las señoras se pusieron de su parte. Los caballeros le fueron adversos...»
El tenor español Julián Gayarre (Roncal, Navarra, 9 de enero de 1844-Madrid, 2 de enero de 1890)
«..."Voy a ver a mamá –se dijo,–. La pobre hace ya días que no pasa un rato conmigo." Y emprendió la marcha hacia el paseo de Luchana. Se puso de un humor excelente. Un piano mecánico tocaba el brindis de (Lucrecia) por allí cerca y se paró a escucharlo, ¡ella que se aburría en el Real oyéndolo a las más famosas contraltos! Pero la música es una voz del cielo y sólo se comprende bien cuando el cielo ha penetrado ya un poco en nuestro corazón...»
Del capítulo VII Comida y tresillo en casa de Osorio
«... La marquesa de Ujo preguntó al mejicano, marido de Lola, si en su país había manzanillos.
Ballesteros, que así se llamaba, replicó que no, pero que había visto muchos en el Brasil.
La marquesa se informó con viva curiosidad de las particularidades del árbol; pero quedó sumamente disgustada cuando el mejicano le dijo que la sombra no mataba y que sólo su fruto desprendía un agua corrosiva.
–¿De modo que durmiendo debajo de él no se muere?
–Señora, yo no he dormido ¿Sabe?; pero he almorsado con varios amigo debaho de uno y no nos ha pasao ná.
–Entonces, ¿Cómo se suicida Sélika en (La Africana) acostándose a la sombra de ese árbol?...»
Del capítulo VII Comida y tresillo en casa de Osorio
La africana es una ópera con música de Giacomo Meyerbeer y libreto de Eugène Scribe. En la obra, que es ficticia, cuando el personaje histórico Vasco de Gama regresa a Europa junto a Ines, Sélika se suicida, junto con Nélusko, inhalando el perfume de unas flores venenosas.
«...Amparo desdeñó el (consommé); pero cuando trajeron unos filetes de (boeuf macédoine) se colmó de tal modo el plato que los amigos comenzaron a darse de codo y a reír.
–¡Ah! ¿Vosotros pensáis que soy una niña tísica de las que cantan (La Stella confidente)? ¡Ya veréis, ya! Rafael sacó la conversación del duque de Requena, pero la Amparo cortó las bromas.
–Vamos, dejadle en paz.
Ya que paga, que se divierta el pobre como pueda...»
Del capítulo VIII Cena en fornos
Alla stella confidente es una romanza con letra de V. Minuti y música de Vincenzo Robaudi.
«...Hubo gran agitación, de pronto, en los salones.
Llegaban las personas reales.
La muchedumbre se agolpó en las inmediaciones de la puerta.
El duque, la duquesa, Clementina y Osorio bajaron la escalinata del jardín para recibirlas.
La orquesta tocó la Marcha Real.
Los soberanos pasaron lentamente, sonriendo, por entre las apretadas filas de los invitados, deteniéndose cuando veían alguna persona de su conocimiento para dirigirle una palabra afectuosa.
Esta se inclinaba profundamente y les besaba la mano con emoción, que se traslucía en la cara.
Particularmente las señoras se humillaban con un deleite que no eran poderosas a disimular, con un sentimiento de ternura y adoración que las ponía rojas.
Organizóse poco después el rigodón de honor...»
Del capítulo XI Baile en el palacio de Requena
Marcha Reales una de las denominaciones del himno nacional de España.
El rigodón de honor fue llevado por España a Filipinas donde está muy arraigado.
«...Y si por casualidad hubiese entre ellos algún librepensador ¡qué confusión y vergüenza se apoderarían de su ánimo al ver que el Señor tenía de su lado a lo más distinguido y elegante de la (high life) madrileña! Terminado el Rosario, dos de las más espirituales tertulianas subieron a la pequeña tribuna acompañadas de un salvaje barítono y de otro que tecleaba el piano y cantaron uno de los más preciosos números del (Stabat Mater) de Rosini.
Al escucharles todas aquellas almas místicas sintieron la nostalgia del teatro Real, de la Tosti y de Gayarre...»
Del capítulo XII Matinée religiosa
«...En su consecuencia, las niñas que se acercaron al piano abstuviéronse de cantar el vals de (La Bujía Elegante).
Sus gargantas piadosas no modularon más que el (Ave María) de Schubert, la de Gounod y otras piezas donde se exhala el amor divino...»
Del capítulo XIII Viaje a Riosa
El Vals de la bujíapertenece a Luces y sombras de Chueca y Valverde,
Los últimos que ascendieron oyeron poco después de comenzar la ascensión un canto lejano que rápidamente se fué aproximando, sonó muy cerca de ellos como si cantaran a su lado y rápidamente también se alejó perdiéndose allá en el fondo sin que hubiesen visto a nadie.
Fué de un efecto fantástico.
Lo que oyeron era una playera andaluza cuya letra decía: Río arriba, río arriba, nunca el agua subirá; que en el mundo, río abajo, río abajo todo va.
Un ingeniero manifestó con indiferencia:
–Es una cuadrilla de mineros que baja en la jaula que sirve de contrapeso a ésta.
–¡Lo ve usted, condesa! –exclamó Salabert en tono triunfal dirigiéndose a la condesa de la Cebal–. Cuando tienen humor para cantar, no serán tan desgraciados como usted supone.
García Gutiérrez incluyó en su obra dos canciones para que las cantase el trovador
(Al querer partir se oye tocar un laúd; un momento después canta dentro Manrique)
Despacio viene la muerte,
que está sorda a mi clamor;
para quien morir desea
despacio viene, por días.
¡Ay! Adiós, Leonor,
Leonor
Giuseppe Verdi escribió la música para la óperaEl trovador, el libreto fue de Salvatore Cammarano y éste para su inspiración se baso en la obra de teatro homónima de Antonio García Gutiérrez.
Hadji Murat es una novela póstuma. El retrato despótico que hay en ella del zar Nicolás impedía en su momento que pudiera ser publicada. En esta novela se refleja un hecho histórico: la invasión por parte de Rusia de Chechenia. Allí distintas tribus, aliadas o enemistadas según el momento, luchan entre sí o contra los rusos. Hadji Murat, chechenio, se ha unido a los rusos, tras un enfrentamiento con su antiguo líder, Shamil. En Hadji Murat confluyen fuerzas bárbaras, antiguas; él se encuentra atrapado entre el odio que le profesa Shamil, quien tiene secuestrada a su familia, y el recelo de su antiguo enemigo, al que acaba de unirse. Se trata de una novela coral, donde se puede describir el avance de un ejército, y de entre todos esos hombres Tolstói centra su mirada en uno, tomado del grupo casi al azar. Una novela sobre el poder y la fuerza de los destinos. Acababa de terminar el forzadocanto del muecín, en el claro aire montañero impregnado de humo de Kizyak, por encima del mugido de las vacas y el balido de las ovejas dispersas entre las cabañas del aoul 1 apretujadas unas con otras como celdillas de un panal, se oía claramente los sonidos guturales de hombres que discutían y las voces de mujeres y niños junto a la fuente abajo.
1 pg12
En el Islam el muecín es quien convoca de viva voz a la oración
Iba mediado el día cuando Shamil llegó a su residencia rodeado de un grupo de murids2que caracoleaban en torno suyo disparando carabinas y pistolas y cantando sin cesar Lia illyah il Allah!
19 pg108
Aparece varias veces en la narración el canto Lya illyah il Allah : «No hay otro Dios que Dios»
Lev Nikoláievich Tolstói nació en 1828, en Yásnaia Poliana, en la región de Tula, de una familia aristócrata. En 1844 empezó Derecho y Lenguas Orientales en la universidad de Kazán, pero dejó los estudios y llevó una vida algo disipada en Moscú y San Petersburgo. En 1851 se enroló con su hermano mayor en un regimiento de artillería en el Cáucaso. En 1852 publicó Infancia, el primero de los textos autobiográficos que, seguido de Adolescencia (1854) y Juventud (1857), le hicieron famoso, así como sus recuerdos de la guerra de Crimea, de corte realista y antibelicista, Relatos de Sebastopol (1855-1856; ALBA CLÁSICA núm. CXXVIII). La fama, sin embargo, le disgustó y, después de un viaje por Europa en 1857, decidió instalarse en Yásnaia Poliana, donde fundó una escuela para hijos de campesinos. El éxito de su monumental novela Guerra y paz (1865-1869) y de Anna Karénina (1873-1878; ALBA CLÁSICA MAIOR núm. XLVII), dos hitos de la literatura universal, no alivió una profunda crisis espiritual, de la que dio cuenta en Mi confesión (1878-1882), donde prácticamente abjuró del arte literario y propugnó un modo de vida basado en el Evangelio, la castidad, el trabajo manual y la renuncia a la violencia. A partir de entonces el grueso de su obra lo compondrían fábulas y cuentos de orientación popular, tratados morales y ensayos como Qué es el arte (1898) y algunas obras de teatro como El poder de las tinieblas (1886) y El cadáver viviente (1900); su única novela de esa época fue Resurrección (1899), escrita para recaudar fondos para la secta pacifista de los dujobori (guerreros del alma). Una extensa colección de sus Relatos ha sido publicada en esta misma editorial (ALBA CLÁSICA MAIOR núm. XXXIII). En 1901 fue excomulgado por la Iglesia Ortodoxa. Murió en 1910 en la estación de tren de Astápovo.
«...Aquella antipatía, no obstante, fué declinando
porque la música, como dijo Goncourt, es el haschisch de las mujeres.
Mercedes, insensiblemente, iba rindiéndose al encanto filarmónico: los
sencillos ejercicios calcados sobre los principales motivos de las
grandes óperas, los aires populares de una sencillez y apasionamiento
inexplicables, todo la divertía y emocionaba profundamente. En poco
tiempo realizó progresos extraordinarios; pasaba muchas horas delante
del piano, repasando cuidadosamente lo aprendido, venciendo dificultades
nuevas, abandonando su alma inquieta al misterioso vaivén pasional de
las melodías más dulces, sintiendo que todo ello evocaba en su interior
el presentimiento de algo muy grande que había de llenar su vida. La
música es un arte de quintaesenciada excelsitud que emociona igualmente
a los jóvenes y a los viejos: a los primeros hablándoles con la voz
engatusadora de las promesas, porque todo lo ignoran; y a los ancianos
que vivieron mucho y ya nada esperan, cantándoles el melancólico de profundis de los recuerdos; a veces es un arte triste, desengañado, escéptico, como un don Juan decrépito; otras modula acordes alegres, mefistofélicos, de una seducción
irresistible, que arrastran a la orgía: como el dios Jano del paganismo,
tiene dos caras; es el arte contemporáneo de todas las épocas, evocador
de todas las remembranzas, allegador de todas las ilusiones, intérprete
de todos los deseos; el arte que llora con Margarita, que muere con
Traviata, que ama con Romeo, que despierta el patriotismo con Guillermo
Tell, que se despide del mundo con Fernando, en La Favorita, que duda con Hamlet o, que mata con Otello... Mercedes, como las grandes apasionadas, sentía, a
despecho de su candor, algo de todo esto. Los nocturnos de Chopín y las
sinfonías de Beethoven sometían sus nervios a emociones contradictorias:
unas veces la acometían deseos de llorar por dolores desconocidos que
parecían cruzar aleteando, como aves fatídicas, muy cerca de ella;
otras, ganas de reír, de moverse, con movimientos y esguinces
desordenados de bayadera lasciva, y generalmente establecía prodigiosas
conexiones entre los términos y conceptos más disparejos: así, por
ejemplo, oyendo un tango, recomponía un cuadro de escenas andaluzas que
Gómez-Urquijo tenía en su despacho; mientras los valses, ese baile
favorito de los salones aristocráticos, la recordaban una copa de Champagne, desportillada e
inútil, que su madre conservaba desde tiempo inmemorial en un vasar de
la cocina, como trofeo melancólico de antiguos festines. Al año
siguiente Mercedes ingresó en el Conservatorio y Mme. Relder, que
confesó noblemente haber enseñado a su joven discípula cuanto sabía,fué despedida...» «...Bien pronto trabó amistad Mercedes con algunas de
sus condiscípulas, especialmente con Carmen, y Nicasia Vallejo, hijas de
una pobre viuda conocida de doña Balbina; y tanto por esta
circunstancia, como por vivir Carmen y su hermana en la calle Mesonero
Romanos, casi esquina a la de Jacometrezo, Mercedes y sus dos
improvisadas amiguitas, siempre salían juntas de clase. El cariño que
desde los primeros momentos atrajo a las tres jóvenes, creció
rápidamente. Carmen era la mayor, Nicasia la más pequeña, y aunque una
contaba cinco años más que la otra, ambas tenían el mismo carácter,
idéntico geniecillo ocurrente y risotero: eran dos cuerpos muy
gallardos, gobernados por dos cabecitas muy locas. Carmen y Nicasia iban
solas al Conservatorio. Cuando volvían de clase, Mercedes y sus dos
condiscípulas subían en grupo por la cuesta de Santo Domingo, hablando
de música o comentandoalgún sabroso
incidente que hubiese ocurrido durante la lección; doña Balbina las
seguía con los ejercicios de Kalkbrenner y de Clementi debajo del brazo...»
Friedrich Kalkbrenner - Étude op. 143 no. 7 in C minor Mucio Clementi Etude № 16 (Gradus ad Parnassum)
«...Aquella tarde Mercedes se aburría, con una murria tan sui géneris,
tan absurda, que acabó por indisponerla consigo misma. Se fastidiaba de
oír las eternas lamentaciones de Chopín y los valses perversos de
Waldteufel, y cerró el piano; después se cansó de bordar, no acertaba a combinar los colores
de un ramillete que tenía entre manos, se pinchaba los dedos y arrojó el
bastidor a un rincón;luego, aburrida
también de ver las gentes que iban y venían por la calle, lanzó un
suspiro de despecho y de ahogo, y cerró el balcón. Todos sus
pensamientos se resumían en un «me aburro»... desesperante, que empujaba
a su espíritu hacia peligrosos horizontes desconocidos. Era «el cuarto
de hora» de los conflictos psicológicos, «la hora azul» de los grandes
cataclismos sentimentales, de las terribles revelaciones...»
Párrafos del capítulo IV
«...Mercedes acabó por resignarse con su suerte; pasaba
los días mano sobre mano, sin ganas de reír ni de llorar, sumida en una
embrutecedora melancolía. Cuando iba al Conservatorio, apoyada en el
brazo de su madre, caminaba lentamente, con los ojos fijos en el suelo,
segura de que sus movimientos de convaleciente, tardos, perezosos y
débiles, no habían de llamar la atención de los hombres, y que holgaba
que ella mirase a ninguno. En pocas semanas perdió la afición hacia todo
lo que reclamase algún esfuerzo; no cosía, ni bordaba; las faenas
domésticas la inspiraban horror, los libros la aburrían y los nocturnos
de Chopín yacían olvidados, empolvándose sobre el atril del piano
abierto. Siempre tenía frío, ganas de sentarse donde hubiese poca luz,
para arrebujarse en su mantón y dormir. Diríaseque
en ella había muerto toda esperanza de redención; era un pajarillo
enfermo, una pobre vencida que se entregaba... Balbina Nobos llamó la atención de don Pedro acerca de esto, el anciano no hizo caso...»
«...Y la presentaba un sobre. La carta era del
interior. Mercedes, para no menoscabar con su presencia la buena
impresión de su mentira, se había retirado... Durante el almuerzo la
joven miró disimuladamente a su madre, que estaba muy ensimismada y con
los ojos enrojecidos, como si hubiese llorado. Era indudable que el
anónimo había surtido efecto. A la hora de costumbre, Gómez-Urquijo se
marchó; doña Balbina estuvo largo rato en el comedor, sentada delante de
su taza de café; luego entró en su dormitorio. Mercedes, que estaba en
el salón distrayendo su impaciencia con los valses de Waldteufel, la oía
ir y venir por sus habitaciones, hablando entre dientes y abriendo y
cerrando el armario donde guardaba sus ropas. Momentos después apareció
vestida modestamente, llevando un sencillo velo sobre la cara...»
Chopin - Nocturno en mi bemol mayor, Op. 9, n.º 2 Emile Waldteufel Espana Waltz, Op 236
«–A la Zarzuela. Representan Marina. Las entradas las ha regalada Mariano Cortés. ¿Le conoces?...» «–Me ha invitado doña Inés, la madre de Carmen
Vallejo. Hoy, cuando salí a comprar unas trencillas que necesitaba, la
encontré. Estuvimos charlando tonterías, me dió muchos recuerdos para ti
y me dijo que la habían regalado cinco billetes para la Zarzuela... que
si quería ir. Creo que representan Marina. Su invitación fue tan espontánea que la acepté...» «...Allí, en efecto, estaban Balbina Nobos, doña Inés y
su hija, embelesadas mirando el espectáculo; por sus labios vagaba una
sonrisa de satisfacción y de júbilo, quedemostraba
cuan grandes eran su tranquilidad y su contento. Hacía calor: un vaho
asfixiante formado por la unión de tantas personas respirando a la vez,
ascendía del fondo de la sala como un eructo; en los palcos muchas mujeres se
abanicaban balanceando suavemente sus abanicos de plumas; en los
anfiteatros la muchedumbre ofrecía un aspecto barroco y chillón:
sombreros, boinas, toquillas azules, capas con embozos amarillos,
blancos y rojos, pañuelos multicolores... todo desordenado y en montón,
como las prendas expuestas en el escaparate de un baratillo provinciano.
En todas partes resonaban ruidos de pasos y murmullos de conversaciones
sostenidas en voz baja, y que llenaban los ámbitos del salón con un
amenazador zumbido de enjambre. Los violoncelos lanzaban al espacio sus
notas melancólicas, largas y dolientes como gemidos. En el escenario
Marina cantaba:
Brilla el mar engalanado con su manto de bonanza Dios sus olas ha pintado del color de la esperanza...»
«...Mercedes entreabrió las cortinas, recibiendo en
pleno semblante un bofetón de calor y de escándalo. Allá, muy lejos,
entre un plantío de cabezas, vió a su madre, a doña Inés y a Nicasia,
que miraban al escenario embobecidas. Después, como obedeciendo la orden
de algún poderoso hechicero, hubo un momento de silencio, que precede a
los interesantes momentos musicales, y en el espacio vibró la voz del
tenor...
Al ver en la inmensa llanura del mar...
Marina Barcarola de Marina "Brilla el mar engalanado"
Marina - Al Ver La Inmensa Llanura
«...Aquella música, que recordaba haber oído cuando niña, despertó en su alma una turbulenta marejada de recuerdos: evocó sus primeras sensaciones, la casa donde nació, con sus
habitaciones desamuebladas, tan tristes, tan pobres, y sus ventanas sin
visillos, desde las cuales se oteaban vastos solares nevados,
extendiéndose en suaves ondulaciones bajo un cielo de invierno; y vió a
Mme. Relder, alta, engabanada, llegando siempre a la misma hora, y
dejando tras sí un fuerte olor a violetas... Y experimentó de nuevo les
emociones musicales de aquel lejano entonces, los valses libertinos de
Waldteufel que han rimado el loco regocijo de tantas bacanales
carnavalescas; las melodías de Donizetti y de Verdi, los dosgrandes
hechiceros que aprisionaron en el pentagrama el espíritu doliente,
supersticioso y quimérico del pueblo latino; y los nocturnos de Chopín,
vagos, soñolientos, compendiando las armonías y los misterios del
crepúsculo.
Roberto peroraba enardecido, soliviantando los nervios de la muy Deseada. –Te
necesito –murmuraba–, necesito de tu cuerpo para seguir viviendo...
Calma, vida mía, con tus caricias, el incendio que tu belleza puso en mi
sangre; dulcifica, con la miel de tus labios, el mortal amargor de los
míos... Ven; no te defiendas, ven... ¡que te deseo!... Ven, ¡tengo sed
de ti!...
Pero ella no le oía; soñaba...
Aquello era la repetición exacta de lo que los libros de su padre la
enseñaron; Roberto era el hombre, el amor mismo, que pide y suplica y se
arrastra, ofreciendo cuanto tiene por alcanzar de la mujer amada el
supremo bien; Roberto no mentía; su pasión relampagueaba en sus ojos, se
estremecía febril en sus manos, tremolaba en su voz;Roberto
era el bien amado por quien ella suspiró tanto tiempo, el hombre
desdibujado y anodino con quien bailaba inconscientemente cuando niña
escuchando los valses de Waldteufel, el galán que suspiraba con
Donizetti y con Verdi, el amador misterioso entre cuyos brazos se
adormecía escuchando los voluptuosos nocturnos de Chopín, cargados de
sombras crepusculares... Y era también el actor que vió en el teatro
rindiendo la virtuosa altivez de tantas mujeres, y que en aquel supremo
instante representaba en honor suyo cuanto ella había leído y deseado;
el amante irresistible que arrastró a Eva y a Matilde por la pendiente
de la tentación, y que Gómez-Urquijo, el prodigioso novelador de los
amores sensuales, la enseñó a querer...
«...Hasta ellos llegaba la voz clara, fresca, vibrante, magnética, del tenor, que cantaba:
¡Adonde váis huyendo las ilusiones!...
Roberto
y Mercedes se miraron con ansia infinita, comprendiéndose, sintiendo
que sus almas acababan de besarse enajenadas por el mismo encanto
musical.
Aquél era el grito eterno, desgarrador, de la
juventud que se despide. La muy Deseada entornó sus párpados... El tenor
cantaba con voz doliente como un sollozo: