lunes, 4 de enero de 2021

Música en "La Fe" de Armando Palacio Valdés

  












Capítulo II

 «...Existe además una sociedad de recreo, de la cual es alma y vida D. Gaspar de Silva, un poeta de la localidad que tiene escritas más obras dramáticas que Shakspeare. Púsole por nombre el Ágora, en consonancia con sus aficiones clásicas. Es el templo del arte. Allí se representan las piezas de D. Gaspar por los jóvenes aficionados y se leen sus poesías líricas, en medio de las lágrimas y los aplausos de las señoritas de la localidad, adivínanse charadas y logogrifos, se cantan mandolinatas y stornellos en un italiano estupendo y se juega de mil modos ingeniosos...» 


 Las mandolinatas son composiciones que se hacen para ser interpretadas con mandolinas o conciertos con formaciones de estos instrumentos, a veces, a algunas piezas dulces tocadas por otros medios musicales se las denomina igual, incluso puede referirse a un artilugio parecido a una caja de música.

 El stornello es una poesía simple y popular, una especie de coplilla. 

 Ambos términos son de origen italiano.





Capítulo III

 «La aparición de su nuevo compañero vino a turbar aquella deliciosa Arcadia mística. Las ovejas, acometidas súbito de agitación insana, se pusieron a saltar y encabritarse cual si escuchasen los sones de un caramillo encantado. Ni las pedradas ni los halagos lograron retener a una gran parte de ellas. Quedó en cuadro su rebaño, y él, que había tenido fuerzas para gobernar un hato tan considerable, desmayaba ahora al verse solo, al percibir la hostilidad con que le miraban algunas de sus antiguas y queridas ovejitas...»


***


 «...El P. Norberto era organista de la iglesia, y aunque conocía poca música profana, algunos nocturnos tocaba, y cuando no, acompañaba al P. Narciso, que entre sus múltiples habilidades tenía la de tocar en la flauta dos o tres pavanas y la sinfonía de Juana de Arco. También Marcelina sabía cantar La Stella confidente y la Plegaria a la Virgen...»




Capítulo X

 «...La murga municipal saludó al astro del día tocando por las calles la famosa polka de los paraguas. Después se situó en el Campo de los Desmayos, rodeada de un enjambre de chiquillos, y ejecutó algunas piezas de ópera. El mar, batiendo suavemente en las peñas, le servía de contrabajo. Hasta que a eso de las nueve se fue hacia la plaza tocando un paso doble, y desde allí salió por la carretera de Lancia a esperar al prelado, al gobernador y a las personas que los acompañaban...»


 Si existe alguna polka de los paraguas lo desconozco, lo que si es verdad es que en algunos textos se refieren con ese título a la Mazurca de las sombrillas de la zarzuela Luisa Fernanda, o al duo de los paraguas de El año pasado por agua



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 «...Acto continuo se trasladaron todos a la antigua iglesia parroquial para cantar el Te Deum en acción de gracias. El templo, adornado como ya sabemos por lo más selecto de la sociedad femenina de Peñascosa, estaba deslumbrante de lentejuelas, arañas y cirios. El día anterior había llegado una exigua orquesta de Lancia, compuesta de dos violines, una viola, un violoncello y un contrabajo, y con ella tres o cuatro cantores de la catedral. Los músicos se situaron en el coro, el obispo y el clero en el presbiterio. Don Miguel, el tozudo párroco, no quiso revestirse con los sagrados ornamentos, bajo pretexto de sus achaques, y se fue al coro con la orquesta. El prelado dijo una breve y sentida plática desde el púlpito. Tenía una hermosa voz de barítono que hizo vibrar las cuerdas más delicadas del corazón de todas las rosas místicas de la villa. El brillo del pectoral de diamantes y de los cristales de sus gafas daba mayor realce y un poder mágico a su palabra sonora, dulce, persuasiva.


 Cantose después el Te Deum. Los tiples y los bajos de la catedral de Lancia hicieron prodigiosos gorgoritos, que dejaron asombrados a los buenos peñascos. La diminuta orquesta les secundó perfectamente; Pero he aquí que a D. Miguel se le antoja mirar con malos ojos al pobre contrabajo, tan sólo porque no pasaba el arco sobre las cuerda más que de vez en cuando. El párroco estaba de rodillas y tenía delante y vuelto de espaldas al músico. Mirábale de hito en hito y cada vez con mayor excitación. El músico cumplía con su deber rozando las cuerdas parsimoniosamente, produciendo un sonido sordo y antipático. A D. Miguel le parecía aquello el colmo de la estupidez y la holgazanería. Venir de Lancia con un buen sueldo y el viaje gratis para hacer unas cuantas veces ron, ron con aquel trasto, era cosa verdaderamente irritante. La ola de la indignación fue subiendo en su pecho. Mil pensamientos de exterminio se le amontonaron en el cerebro mientras su mirada torva y siniestra permanecía clavada en las espaldas del infeliz contrabajo, bien ajeno por cierto de los sentimientos sanguinarios que en aquel momento inspiraba su inofensiva persona. Al fin, habiendo dejado escapar un acorde más áspero y estridente que los otros, el viejo párroco no pudo aguantar más, y levantándose vivamente, se fue hacia él y le encajó una patada en los riñones que le hizo caer de bruces. Allá fueron el músico y su violón rodando con estrépito. Al ruido levantaron la cabeza todos los fieles. Satisfecha su justicia, D. Miguel se volvió al sitio que ocupaba antes. Cuando el desdichado músico vino a preguntarle por qué había hecho aquello, respondió que él no quería gorrones en la iglesia y que hiciese el favor de marcharse con su armatoste más lejos, porque no daba palabra de contenerse.


 Concluido el Te Deum, volvieron, como es lógico, a restallar en el aire otras cuantas docenas de cohetes de dinamita. Los simpáticos hijos de la Pepaina, Chola y Lorito, estuvieron a punto de perecer, víctimas de su arrojo, al apoderarse de uno que aún no había chasqueado. D. Miguel, cuando supo que se habían quemado la cara y las manos, manifestó, de acuerdo con todos los Santos Padres, que creía en la intervención directa de la Providencia en las cosas humanas...»



***



 Les costó mucho trabajo avanzar hasta colocarse en el medio. Obdulia quería a todo trance acercarse a la casa del párroco, donde se alojaba el prelado. Había visto brillar las gafas de éste y ocultarse en seguida en una de las ventanas. Debajo, a la puerta misma de la rectoral, un grupo numeroso de muchachas bailaba la giraldilla, cantando a grito pelado coplas de circunstancias improvisadas en el momento. Aludían en ellas a la nueva iglesia, piropeaban al obispo, al gobernador, a los próceres de Peñascosa, sin que faltase tampoco, por supuesto, la consabida puntadita a Sarrió.


El autor identifica Peñascosa con Luanco (Asturias), de ahí que la giraldilla sea de esta región.