«Tormenta Roja es, quizá, el más notable relato de la guerra moderna que haya sido escrito. Hombres, aviones, buques, misiles y submarinos, batallas en gran escala y actos de heroísmo individual, momentos de tragedia, alegría y valor inimaginables van tejiendo una trama intrincada y apasionante, de un realismo verdaderamente memorable. Para escribir esta novela Ton Clancy ha navegado en una fragata, presenciado maniobras navales, tripulado un submarino, consultado un desertor soviético y entrevistado a oficiales y personal de inteligencia de diversos rangos».
(pg. 34)
MOSCU, URSS.
El Politburó volvió a reunirse a las nueve y media de la mañana siguiente. Por las ventanas de cristales dobles se veía un cielo gris y se apreciaba una cortina de espesa nieve que comenzaba a caer de nuevo, para agregarse al medio metro que ya cubría el suelo. Esa noche se verían los trineos en las colinas del parque Gorky, pensó Sergetov. Y tal vez barrieran la nieve sobre los dos lagos helados para poder patinar bajo las luces con la música de Chaikovski y Prokofiev. Los moscovitas reirían, beberían su vodka y aprovecharían el frío, felices e ignorantes de lo que estaba por decirse allí, y de los vuelcos que darían las vidas de todos ellos.
(pgs. 80-81)
…—Bueno, tal vez tenga algunas buenas noticias para ti. Conectamos nuestro televisor a un nuevo receptor de satélites. Hablé con los tipos de comunicaciones para que nos hicieran una derivación con la televisión rusa para captar sus noticias de la noche. No sacaremos nada muy importante, pero es una buena manera de tantear situaciones y estados de ánimo. Estuve probando antes de que llegaras y me encontré con que Iván está realizando un festival cinematográfico con todos los clásicos de Sergei Eisenstein. Esta noche, El acorazado Potemkin; después siguen todas las otras y termina el 30 de mayo con Alexander Nevsky.
—¿Ah, sí? Yo tengo grabada Nevsky en vídeo.
—Bueno, ellos tomaron los negativos originales, los llevaron en avión a «EMI», en Londres, para hacer las matrices digitales y luego volvieron a grabar el original de Prokofiev en sistema «Dolby». Vamos a registrar cintas. ¿Tu máquina es VHS o Beta?
—VHS —rió Toland— Puede ser que este trabajo ofrezca algunas pocas diversiones después de todo. Bueno, ¿qué material nuevo tenemos? Lowe le alcanzó una carpeta de documentos de veinte centímetros de espesor. Era hora de volver al trabajo. Toland ocupó su sillón y empezó a revisar los papeles...
(pg. 91)
9. UNA MIRADA FINAL.
NORFOLK, VIRGINIA.
Estaban viendo la cuarta película rusa vía satélite. Toland le acercó el tazón de maíz frito.
—Será una pena perderte cuando vuelvas al cuerpo, Chuck.
—¡Muérdete la lengua! El martes a las cuatro, el coronel Charles De Winter Lowe vuelve a los asuntos de ¡infantería de Marina. Dejaré que vosotros sigáis revolviendo los papeles, ¡insectos!
Toland rió.
—¿Y no echarás de menos las películas a la noche?
—Tal vez un poco. —A menos de un kilómetro, un receptor de satélites estaba siguiendo a uno soviético de comunicaciones. Llevaba ya varias semanas pirateando transmisiones de ése y de otros dos satélites, para mantenerse informados sobre las noticias soviéticas de televisión y, además, recibir la película nocturna. Ambos hombres admiraban la obra de Sergei Eisenstein.
Y Alexander Nevsky era su obra maestra.
Toland abrió una lata de «Coca-Cola».
—Me pregunto cómo reaccionaría Iván ante una película del Oeste de John Ford. En el fondo, tengo la sensación de que el camarada Eisenstein puede haber estado expuesto a una o dos.
—Sí, el Duque habría encajado muy bien aquí. O todavía mejor: Erroy Flynn. ¿Te vas a casa esta noche?
—En cuanto termine la película. Dios Santo, un fin de semana de cuatro días libres. Apenas puedo creerlo.
Los títulos mostraron un nuevo formato, distinto del de la grabación que él tenía en su casa de esa misma película. La banda de sonido original con el diálogo era igual, algo más limpia, pero la música había sido grabada de nuevo por la orquesta sinfónica de Moscú y coro. Hacían verdadera justicia a la obra evocativa de Prokofiev.
La película comenzaba con una vista de las..., ¿estepas? rusas. Toland dudó. ¿O se suponía que eso era la parte sur del país? De todos modos, mostraba una zona de pastizales cubierta de huesos y armas de una antigua batalla contra los mongoles. El «peligro amarillo», todavía el viejo fantasma ruso. La Unión Soviética había absorbido muchos mongoles..., pero ahora los chinos tenían armas nucleares y el ejército más grande del mundo.
—La nitidez es perfecta —comentó Lowe.
(pgs. 453-454)
…Morris se alegró de ver que las cosas eran informales.
Al pie de la planchada los esperaba un guardiamarina jovencito, que los acompañó para subir a bordo, mientras les explicaba que el comandante estaba hablando por radio en ese momento.
Después de los saludos de costumbre al pabellón y al oficial de guardia, los llevó hasta el sector del buque equipado con aire acondicionado y luego hacia popa, hasta la cámara de oficiales.
—¡Fantástico, un piano! —exclamó O'Malley.
Un desvencijado piano vertical estaba asegurado contra el mamparo de babor con un cable de cinco centímetros. Varios oficiales se pusieron de pie y empezaron a presentarse.
—¿Quieren tomar algo, caballeros? —preguntó un camarero.
O'Malley tomó una lata de cerveza y se acercó al piano. Un minuto después estaba aporreándolo a su manera para interpretar algo de Scott Joplin. Se abrió la puerta anterior de la cámara...
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