Resumen del libro:
Descripción aterradora de la vida bajo la vigilancia constante del «Gran Hermano». 1984 sitúa su acción en un Estado totalitario. Como explica O’Brien, el astuto y misterioso miembro de la dirección del partido dominante, el poder es el valor absoluto y único: para conquistarlo no hay nada en el mundo que no deba ser sacrificado y, una vez alcanzado, nada queda de importante en la vida a no ser la voluntad de conservarlo a cualquier precio. La vigilancia despiadada de este Superestado ha llegado a apoderarse de la vida y la conciencia de sus súbditos, interviniendo incluso y sobre todo en las esferas más íntimas de los sentimientos humanos. Todo está controlado por la sombría y omnipresente figura del Gran Hermano, el jefe que todo lo ve, todo lo escucha y todo lo dispone. Winston Smith, el protagonista, aparece inicialmente como símbolo de la rebelión contra este poder monstruoso, pero conforme el relato avanza está cada vez más cazado por este engranaje, omnipotente y cruel. Por su magnífico análisis del poder y de las relaciones y dependencias que crea en los individuos, 1984 es una de las novelas más inquietantes y atractivas de este siglo.
Winston se acercó para examinar el cuadro. Era un grabado en acero de un edificio ovalado con ventanas rectangulares y una pequeña torre en la fachada. En torno al edificio corría una verja y al fondo se veía una estatua. Winston la contempló unos momentos. Le parecía algo familiar, pero no podía recordar la estatua.
–El marco está clavado en la pared –dijo el otro–, pero podría destornillarlo si usted lo quiere.
–Conozco ese edificio –dijo Winston por fin–. Está ahora en ruinas, cerca del Palacio de justicia.
–Exactamente. Fue bombardeado hace muchos años. En tiempos fue una iglesia. Creo que la llamaban San Clemente. –Sonrió como disculpándose por haber dicho algo ridículo y añadió–: «Naranjas y limones, dicen las campanas de San Clemente».
–¿Cómo? –dijo Winston.
–Es de unos versos que yo sabía de pequeño. Empezaban: «Naranjas y limones, dicen las campanas de San Clemente». Ya no recuerdo cómo sigue. Pero sí me acuerdo de la terminación: «Aquí tienes una vela para alumbrarte cuando te vayas a acostar. Aquí tienes un hacha para cortarte la cabeza». Era una especie de danza. Unos tendían los brazos y otros pasaban por debajo y cuando llegaban a aquello de «He aquí el hacha para cortarte la cabeza», bajaban los brazos y le cogían a uno. La canción estaba formada por los nombres de varias iglesias, de todas las principales que había en Londres.
Winston se preguntó a qué siglo pertenecerían las iglesias. Siempre era difícil determinar la edad de un edificio de Londres. Cualquier construcción de gran tamaño e impresionante aspecto, con tal de que no se estuviera derrumbando de puro vieja, se decía automáticamente que había sido construida después de la Revolución, mientras que todo lo anterior se adscribía a un oscuro período llamado la Edad Media.
Los siglos de capitalismo no habían producido nada de valor. Era imposible aprender historia a través de los monumentos y de la arquitectura. Las estatuas, inscripciones, lápidas, los nombres de las calles, todo lo que pudiera arrojar alguna luz sobre el pasado, había sido alterado sistemáticamente.
–No sabía que había sido una iglesia –dijo Winston.
–En realidad, hay todavía muchas de ellas aunque se han dedicado a otros fines –le aclaró el dueño de la tienda–. Ahora recuerdo otro verso:
Naranjas y limones, dicen las campanas de San Clemente, me debes tres peniques, dicen las campanas de San Martín.
Fragmento del capítulo VIII de la primera parte
Naranjas y limones, dicen las campanas de San Clemente.
Me debes cinco peniques , dicen las campanas de San Martín.
¿Cuándo me pagarás? Dicen las campanas en Old Bailey.
Cuando me haga rico, dicen las campanas en Shoreditch .
¿Cuando será eso? Dicen las campanas de Stepney.
No lo sé, dice la gran campana de Bow.
¡Aquí tienes una vela para alumbrarte cuando te acuestes, aquí tienes un hacha para cortarte la cabeza! ¡Zas, zas, zas! ¡El ultimo, muerto está!
La canción acompaña a un juego que queda explicado en la lectura. Cuando se canta en español se cambian los nombres originales de las iglesias por otros que no corresponden a su traducción para facilitar la rima.